Hace unas horas puse en mi muro de facebook: «¡Feliz día Mamá! Hoy no tengo palabras, tengo suspiros y muchos pensamientos». Y también hace un instante en twitter el papa Francisco escribió «El amor de una madre es el combustible que hace que un ser humano logre lo imposible. Feliz día de la Madre». Pretendo acercar las dos frases a pesar de la distancia, mientras me viene a la mente lo que alguna vez hace exactamente diez años escribí para mi padre, como una necesaria frase de consuelo ante el fallecimiento del ser querido, «papá Jorge nunca es tarde para querernos más».
El tiempo vuela escucho a alguien, y yo añado, «el tiempo es como una aspiradora gigante, y la muerte está allí dentro de la bolsa esperándonos». Uno no puede estar mirando desaprensivo, la vida pasar o transitar. Uno tiene que ser leal protagonista y consecuente con uno mismo. No ser ajeno, ni triste pasajero de la vida en trance.
Nueve meses en el vientre de la madre, una breve eternidad de lazos afectivos establecidos entre la madre y el bebé. Nada se compara con la amorosa y dolorosa intensidad de la vida ni siquiera la ridícula pretensión de la muerte. Cuantas cosas habré pensado estando en el vientre de mi madre, eso de ‘pensado’ me lo permite la más risueña nostalgia de mis adentros, desde donde siempre voy y vengo como un viaje repetitivo donde las dudas, los placeres, los temores y las falsas alegrías, me son familiares.
Es la sinopsis existencial o la rigurosa biografía: nacer, crecer, vivir, y morir. Nada nos aleja de ello. Salvo lo que estuvo destinado y no fue, por diversas circunstancias que solo Dios sabe.